viernes, 11 de enero de 2013

Jesús, el Gran Médico


“«Si escuchas atentamente la voz de Jehová, tu Dios, y haces lo recto delante  de sus ojos, das oído a sus mandamientos y guardas todos sus estatutos, ninguna enfermedad… traeré sobre ti, porque yo soy Jehová, tu sanador».” (Éxodo 15:26)      
Hoy se celebra un acontecimiento histórico de gran significación, es cuando después de haber nacido Jesús unos sabios de Oriente vienen a adorarlo.
El relato bíblico dice: “Cuando Jesús nació, en Belén de Judea, en días del rey Herodes, llegaron del oriente a Jerusalén unos sabios, preguntando: –¿Dónde está el rey de los judíos que ha nacido?, pues su estrella hemos visto en el oriente y venimos a adorarlo.” (Mateo 2:1,2)  La sabiduría es un atributo de Dios, y es parte de nuestra naturaleza espiritual; ésta radica en las profundidades de nuestro propio ser.Los sabios de oriente representan esos recursos espirituales que se ponen en actividad y a nuestra disposición cuando nuestra alma ha sido impactada por una gran verdad; que para ti y para mí es el renacimiento del Cristo.

Esto es, dejamos de vivir en la circunferencia de nuestra existencia y nos  volvemos conscientes de que el Cristo morador es la parte esencial de lo que somos y que vive en cada uno de nosotros.  Al hacernos conscientes de esta gran verdad recibimos los regalos y las dádivas que Dios tiene preparadas para cada uno de nosotros, esto es; el oro, el incienso y mirra.  “Al entrar en la casa vieron al niño con María, su madre, y postrándose lo adoraron. Luego, abriendo sus tesoros, le ofrecieron presentes: oro, incienso y mirra.” (Mateo 2:11)
Todos sabemos que el oro es un metal precioso de gran valor y que el incienso y la mirra son substancias aromáticas muy finas.  Pero metafísicamente, el oro significa la riqueza espiritual que encontramos en las profundidades de nuestro ser cuando entramos en el reino espiritual interno que mora en  cada uno de nosotros el cual Jesús llamó “el reino de los cielos.”  El incienso significa la belleza del Espíritu; representa la transmutación de la conciencia material en la espiritual y la mirra representa la eternidad del Espíritu, un emblema de la resurrección, una unción de amor. (LPR p. 116, 149)
Ahora bien: ¿qué significado tiene todo esto hoy en tu vida y en la mía?  Aparte de ser un relato histórico, es una representación simbólica del renacimiento del Cristo en nosotros como nuestro sanador y salvador.  Jehová, tu sanador, es tu Cristo morador, el que tiene poder para sanar todas tus enfermedades. El poder sanador de Cristo tiene su asiento en la fe. ¿Crees que puedes ser sano? Porque “al que cree todo le es posible.” (Marcos 9:23)  Jesús se convirtió en Jesucristo y Jesucristo es Cristo, tu sanador. Hoy por hoy están fusionados estos tres en una sola unidad espiritual e inseparable por los siglos de los siglos.  
El ministerio de Jesús fue un ministerio de sanación. “¿Quieres ser sano?” Y a la mujer con el flujo de sangre le dijo: “tu fe te ha salvado”. Aquí vemos que la sanación tiene que ver con la salvación.  Cristo en ti tiene poder para sanar y para salvar.  Y la sanación espiritual comienza con la gran pregunta; ¿crees que puedes ser sano? Esta es una gran pregunta y su contestación depende de ti.  Si no tienes fe, algo muy dentro de ti dirá “no lo creo”. Pero en cambio, si ves alguna posibilidad puedes decir: “creo, ayuda mi incredulidad.” (Marcos 9:24)
Jesús, el Gran Médico es hoy Cristo en ti, con poder para sanar todas tus dolencias y tus enfermedades.  Existen muchas enfermedades del alma, producto de creencias erróneas acumuladas en nuestra conciencia por mucho tiempo. Los sicólogos le llaman complejos y estos influyen en la personalidad y la conducta del ser humano.  Tenemos que apropiarnos de esta gran verdad: “Si escuchas atentamente la voz de Jehová, tu Dios, y haces lo recto delante de sus ojos,… ninguna enfermedad traeré sobre ti, porque yo soy Jehová, tu sanador.” (Éxodo 15:26)
El llamado de Jehová-Cristo es a “hacer lo recto” es a actuar con rectitud “estableciendo en la conciencia un estado de armonía por medio del uso correcto de los atributos dados por Dios.” (LPR p. 195)  Por el uso correcto de la fe, ¿Qué estas afirmando, tu salud o tu enfermedad?; por el uso correcto de la sabiduría, ¿qué estás afirmando la verdad o el error?; por el uso correcto del amor, ¿estás afirmando la venganza, o el perdón?, etc.
Esto es, tenemos que usar correctamente todas de nuestras facultades espirituales. Y este “recto actuar” nos conduce directamente a eliminar todo tipo de enfermedad y a la vida eterna. “…si haces lo recto ninguna enfermedad traeré sobre ti…”  El secreto de la salud está en volvernos a nuestro interior para reconocer el poder que Cristo tiene en cada uno de nosotros para sanarnos y dejar que El “Hijo de Dios” actúe en nosotros y a través de nosotros para poder expresar sanidad en el alma, en el cuerpo y en nuestras circunstancias.  Y para traer sanidad se requiere, soltar el error y agarrar la verdad, dentro de un estado de armonía y paz interna. “Aquiétate y sabe que yo soy Dios.”
Necesitamos aceptar que el Cristo que mora en cada uno de nosotros tiene el poder para perdonar nuestros pecados (o errores).  Entonces en receptividad y obediencia, debemos actuar conforme a Su guía y a su instrucción. Haciendo esto estamos activando el potencial de vida Crística que mora en nosotros.  Es como un nuevo despertar a la fuente de vida espiritual que yace en el centro de nuestro ser; que no ha sido adulterada por errores cometidos por nuestra naturaleza humana.  Esta fuente de vida espiritual tiene el poder de Cristo para sanarnos de toda enfermedad y especialmente de las llamadas “enfermedades incurables”; que son aquellas que solo pueden ser curadas (o sanadas) de adentro hacia afuera.
Jesús, el Cristo, conocía y expresó esta gran verdad de la fuente de vida sanadora que mora dentro de cada uno de nosotros cuando le dijo a la mujer  samaritana “el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.” (Juan 4:14)
El agua aquí representa “limpieza, vida o energía vital”. Cristo es el fundamento de nuestro ser. De Él sale poder para limpiar nuestros pecados (o errores) y la energía para saltar a la vida eterna.  Yo pienso que tenemos muchos retos por delante, pero más que retos externos, esto es, fuera de nosotros, tenemos condiciones adversas y de inarmonía en nuestra alma y en nuestro cuerpo que tenemos que cambiar, transformar, limpiar y vencer.  Y muchas de esas condiciones adversas en nuestro cuerpo se nos presentan como retos de salud. Y emigrando a nuestro interior encontramos que muchas de esas condiciones tienen su origen en nuestros pensamientos, al creer que somos algo muy inferior al Yo Soy que vive en cada uno de nosotros.  Con una gran facilidad se nos olvida que hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, y Dios es perfecto, Dios no solo es saludable, Dios es salud.
Te invito a que medites por un instante sobre tu salud y rápidamente y sin pensarlo completes esta frase: yo soy _______________.
Eso que acabas de añadir es lo que tú eres, en cuanto a tu salud se refiere, para bien o para mal.  Si has pensado para mal tienes que comenzar a visualizar al Cristo como una fuente de vida interna sanadora,  con el poder de sanar lo incurable en ti de adentro hacia afuera.  Y a medida que enfocas tu mente en Cristo te vas unificando con la mente de Cristo solo así puedes ser investido de poder de lo alto. “Toda potestad se me es dada en la cielo y en la tierra” (Mateo 28:18)  
Entonces puedes ser sano y puedes ser salvo. Para salvarte debes sanarte. Para sanarte debes purificarte. Para purificarte debes limpiarte.  “Bienaventurados los de limpio corazón porque verán a Dios.” Para esto tienes que ser sincero y sin malicia. Pero sobre todo tiene que ser sincero contigo mismo y con tu Cristo.  Después de descender del monte se le acercó a Jesús un leproso “diciendo: –Señor, si quieres, puedes limpiarme. Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: –Quiero, sé limpio.” (Mateo 8:2)
Cierra tus ojos por un momento y visualiza este proceso sanador: En oración, meditación y silencio, nos vamos a nuestro interior, y con honestidad y sinceridad, aceptamos nuestros errores y nuestros rencores. Comienza a perdonar, a soltar, y a arrepentirte. Entonces permite que el amor de Cristo fluya a través de tu alma y tu cuerpo; limpiando, purificando, y sanando. Permite que la actividad del Espíritu Santo forme parte de este proceso sanador.   Y a medida que transitas por este proceso no te olvides de afirmar: Purifícame y límpiame Señor. Líbrame de lo que impida el fluir de tu amor.
Afirmemos todos juntos: Purifícame y límpiame Señor. Líbrame de lo que impida el fluir de tu amor. (2 veces) 
Repite este proceso una y otra vez, hasta que puedas afirmar con seguridad: Cristo me ha sanado.
Dios te bendice si sabiendo estas cosas las haces. ¡Amén!

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