Por Rev. Roberto Sánchez
“Guarda
silencio ante Jehová y espera en él.”. (Salmo 37:7)
Cuando era
niño recuerdo vívidamente el retrato en la pared del hospital de la enfermera
con el dedo índice frente a sus labios indicando que nos mantuviéramos en
silencio. “Silencio por favor”.
Recuerdo que
tenía como unos cuatro o cinco años y estaba en el hospital recuperándome de
una cirugía. Mi mamá me regaló una ametralladora de juguete, y rápidamente la
disparé y sonaron los disparos a todo volumen por el hospital y rápidamente me la
quitaron y me dijeron que mantuviera silencio.
Crecí y
durante mi adolescencia y temprana adultez vi siempre al silencio como algo que
debía solicitárseme en lo externo. En momentos de quietud nunca estuve
consciente de la importancia del Silencio y del poder que mora en él.
Para muchas
personas el silencio es ausencia de sonido. Sin embargo, a medida que
progresamos en comprensión espiritual comprendemos que el silencio es un
“estado de conciencia al cual uno entra con el propósito de ponerse en contacto
con la Mente Divina para que el alma pueda escuchar “un silbo apacible y delicado” (1 R. 19:12).
(LPR p. 214)