Por Rev. Roberto Sánchez
“«Padre
mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero sino como
tú»”. (Mateo 26:39)
En
la revista Contact que publica Ministerios Mundiales Unity, en su edición de
septiembre del 2012 aparece el siguiente texto:
“El
cambio está ocurriendo en nuestro mundo con una rapidez sin precedentes por una
razón. El Espíritu nos está pidiendo que soltemos nuestras maneras habituales
de hacer las cosas para así prepararnos y ayudarnos a abrirnos. El Espíritu nos
está pidiendo que vayamos a nuestro centro, nos aquietemos, y permitamos que
nuestra Sabiduría Interior sea lo que expresemos en cada momento, en cada
conversación.”
A nuestras
vidas llegan situaciones o eventos que nos desestabilizan, llegando hasta las
mismas entrañas de nuestro ser. Son como terremotos que estremecen el mismísimo
fundamento de nuestro ser.
Así nos
sentimos cuando nos sentimos amenazados, y el miedo nos arropa haciéndonos
pasar noches enteras en vela; y cada día que pasamos en esta condición es un
día miserable, en donde en ocasiones deseamos hasta nunca haber nacido.
Y así
reaccionamos muchas veces a eventos desafortunados que nos toca vivir.
Lamentablemente siempre hemos afrontado estos retos desde la circunferencia de
nuestra existencia.
Pero el
Espíritu nos hace un llamado a ti y a mí para que cambiemos nuestras habituales
maneras de enfrentar los retos, y lleguemos cada vez más cerca de nuestro
centro para mantenernos quietos y en paz en medio de la tormenta.
En
las tempestades de nuestras vidas, ya sean retos de salud, o de relaciones, o
tempestades económicas, siempre podemos encontrar un centro interior en donde
podemos aquietarnos y reconocer la Presencia de Dios.
La grandeza
de Jesús, estuvo en mantenerse centrado siempre en la presencia de Dios y en Su
propósito divino aun cuando Él sabía lo que Le venía.
Enfrentó
todo lo que tenía que enfrentar sin resistir ni invocar los poderes
sobrenaturales que tenía; porque fue fiel a la instrucción y a la voluntad del
Señor.
Ahora bien,
cuando leemos la historia de la crucifixión y muerte de Jesús, vemos cómo el
mismo pueblo que Dios sacó del cautiverio egipcio resiente el cambio que Dios
requería de cada uno de ellos y deciden matar a Su Instrumento de Cambio.
Pero: “Dios
es Espíritu, y los que lo adoran, en espíritu y en verdad es necesario que lo
adoren.” (Juan 4:24) Y precisamente estas palabras nos expresan lo que Dios
requería de cada uno de los israelitas en aquellos tiempos, y también nos
muestran lo que Dios requiere de ti y de mí en este tiempo.
¿Por qué? Porque
no importan los vientos tormentosos que puedan aflorar, Dios lo transformará
todo en bien.
En nuestro
humano afán de establecer orden y organizarlo todo, nos envolvemos en crear
normas y procedimientos para todo lo que hacemos. El intelecto tiene un rol
protagónico en este proceso organizador.
Pero se nos
olvida rápidamente que el orden así como todas las cosas creadas, tienen un
fundamento divino, dirigido por el mismo Espíritu, que siendo Uno solo, en todo
y en todos, nos ordena a trabajar más en el Espíritu y menos en la letra.
Esto fue lo
que le ocurrió al pueblo de Israel en aquellos tiempos; trabajaron más en la
letra que el Espíritu y todo esto trajo consecuencias destructivas para ellos.
También
traerá consecuencias negativas a ti y a mí si seguimos trabajando en la letra y
no en el Espíritu. Porque trabajar en la letra solamente es trabajar en la
superficie de las cosas, en su parte visible, pero “lo que se ve fue hecho de
lo que no se veía” (Hebreos 11:3).
Entonces
Dios nos hace un llamado para que trabajemos desde nuestro centro esa región en
nosotros que no tiene superficie, que es toda profundidad.
Dios no
tiene superficie porque es un Centro Omnipresente. Y Su centro lo encontramos ciertamente
dentro de nosotros y en todas partes, aquí, allí y más allá. “«Padre mío, si es posible, pase de mí esta
copa; pero no sea como yo quiero sino como tú»”. (Mateo 26:39) Jesús estaba conscientemente hablando desde Su
centro cuando pronunció estas palabras.
“El Espíritu
nos está pidiendo que soltemos nuestras maneras habituales de hacer las cosas…
que vayamos a nuestro centro, nos aquietemos, y permitamos que nuestra
Sabiduría Interior sea lo que expresemos en cada momento, en cada
conversación.” (Contact Magazine, September 2012).
Llega un
momento en nuestras vidas que Dios se hace cargo de todo, hasta de nuestro
propio caminar, Dios nos dirige a donde Él quiere para hacer las cosas que Él
desea hacer por otros, a través de nosotros.
Pero para
que esto ocurra tiene que haber en nosotros la voluntad personal y la
determinación de desear desgarrar nuestra propia voluntad personal para
permitir que se haga la voluntad de Dios en nuestras vidas.
Y este
proceso es sumamente angustioso, se le ha llamado la noche oscura del alma.
Jesús pasó por esto cuando fue a Getsemaní con Sus discípulos, y en las
Escrituras leemos las siguientes palabras: “… comenzó a entristecerse y a
angustiarse en gran manera. Entonces Jesús les dijo: – Mi alma está muy triste,
hasta la muerte; quedaos aquí y velad conmigo.” (Mateo 26: 37)
En todo esto Jesús nos dio a cada uno de
nosotros una buena lección, “no resistáis al que es malo” (Mateo 5:39). Jesús
no resistió Su arresto, ni al Concilio, ni Su sentencia de muerte, ni Su
crucifixión.
Jesús tuvo
que soltarlo todo, absolutamente todo, hasta Su propia familia, para permitir
que se hiciera plenamente la voluntad de Dios.
Y podrías
decir: “pero esto es un precio muy alto que pagar para seguir la voluntad de
Dios, la familia es sagrada” pero Jesús hizo esto sin dejar de hacer lo otro. Y
lo otro fue que se encargó de que su madre estuviese bien atendida y proveyó
para que esto ocurriera. Que su familia
lloró su partida, ¡absolutamente!
Nuevamente,
era necesario hacer esto sin dejar de hacer lo otro.
No sé lo que
pueda estar pasando por tu mente en este momento; pero el punto es que Dios
requiere que actuemos desde nuestro centro.
Y para
enfatizar el hecho de que cuando obramos desde nuestro centro espiritual
tenemos que renunciar a muchas cosas les recuerdo las palabras del Maestro:
“–De
cierto os digo que no hay nadie que haya dejado casa, o padres o hermanos o
mujer o hijos, por el reino de Dios, que no haya de recibir mucho más en este
tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna.” (Lucas 18:29,30)
Esto es lo
que cuesta mantener nuestro centro en Dios; y estas son las recompensas. Pero si
vas a obrar desde tu centro, por todos los medios, no lo hagas por las
recompensas, hazlo por amor a Dios.
Y hacer esto
así es actuar desde una perspectiva centrada en Dios. Porque debemos amar a
Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Pero,
nuevamente, es necesario hacer lo primero sin dejar de hacer lo segundo.
Hemos
hablado de la importancia de mantener nuestro centro en Dios y de la necesidad
de cambiar para cumplir con los requisitos del Espíritu.
Pero la
pregunta es: ¿Cómo podemos comenzar a movernos en la dirección del cambio?
A
continuación algunos guías que podrás poner en práctica en tu vida diaria:
Procura ir a oración y particularmente al
Silencio
Suelta maneras habituales de hacer las cosas:
Debes estar en todo momento receptivo y obediente a la guía y la instrucción
del Espíritu.
Ten la disposición de pasar la noche oscura del
alma. Llora si es necesario. La noche oscura se disuelve con un bello amanecer;
y las lágrimas se secan rápidamente con el pañuelo.
Sigue adelante haciendo tu labor, y como dice
Emilie Cady, podrá parecerte todo esto un fracaso, pero Dios va contigo todo el
camino preparándote para algo mayor y mejor.
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