viernes, 8 de junio de 2012

Descubre la belleza que hay en ti


Por Rev. Roberto Sánchez


“¡Hay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas!, porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad se muestran hermosos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y toda inmundicia.” (Mateo 23:27)
Estas palabras dichas por el Maestro son hoy tan relevantes como lo fueron en el momento histórico en que fueron dichas.
Cada día un número mayor de personas  se ocupan por su aspecto físico. Buscamos vernos bellos y hermosos. Especialmente antes de salir a una actividad o alguna cita importante, nos miramos al espejo para cerciorarnos de que lucimos lo mejor que podamos.
Las damas van al salón para que el cabello luzca bien, las que tienen el cabello rizo se lo estiran, las que tienen el cabello lacio se lo enrizan. Se dan su manicura y pedicura, algunas van al masajista para relajar el cuerpo.
Hombres y mujeres frecuentan el gimnasio para mantenerse ‘en forma’ y lucir un cuerpo más bello.
Buscamos en cremas y productos de belleza la fuente de la juventud eterna.

¡Pero algunos van más allá! Se miran al espejo y no se sienten satisfechos con sus cuerpos. Por ejemplo, no les gusta la forma de la nariz y van en busca de un cirujano para que les arregle la nariz. Los que la tienen ancha buscan hacérsela más fina y los que la tienen muy fina buscan anchársela.
Gastan altas sumas de dinero comprando ropas, carteras, zapatos de marca; usan prendas finas y perfumes costosos.
Todos deseamos vernos jóvenes y atractivos. Y existe toda una industria que se mueve en torno a la estética.
Y esta industria continuamente nos está dictando y redefiniendo qué significa ser bello y hermoso. Los líderes de esta industria han formulado un prototipo de lo que significa ser bello y hermoso y venden esta idea a diario por medio de sus productos.
Y así se va cristalizando en la sociedad el patrón del hombre bello, hermoso y perfecto.
Y todo esto es así porque sabemos que de alguna forma u otra nuestra sociedad tiende a juzgarnos por la imagen que proyectamos. Y en realidad nos juzgan por la apariencia.
Y así ha sido desde lo tiempos de Jesús. Muchos de nosotros vivimos de las apariencias.  Pero Jesús en Su infinita sabiduría nos dijo: “No juzguéis según las apariencias, sino juzgad con justo juicio.” (Juan 7:24)
La cita bíblica que leímos al principio de este mensaje parece contraria al título del mensaje de hoy que es “Descubre la belleza que hay en ti” porque Jesús llama a los escribas y fariseos, ¡hipócritas! porque por fuera son semejantes a sepulcros blanqueados (queriendo decir que se ven muy puros y bellos) pero por dentro están llenos de huesos de muertos y toda inmundicia.” (Mateo 23:27)
La palabra inmundicia significa: suciedad, porquería y basura; y ciertamente no hay nada bello en esto. Pero todo esto es producto del egoísmo. El desear sobresalir, y ser  “mejor”, el ansia de poder, el deseo de ser superior y dominar a los demás, etc.
Todo esto es obra de la mente carnal buscando sus propios fines, buscando servirse en lugar de servir a los demás. Y ciertamente encontraremos en el transcurso de nuestras vidas personas que proyectan belleza y hermosura en lo externo pero que por dentro están llenos de huesos de muertos y toda inmundicia.
Y ciertamente, la hipocresía y la falsedad no contribuyen a embellecer nuestro interior. Damos un falso testimonio de nosotros mismos cuando pretendemos ser una cosa y somos otra. El acto de engañar a otros con premeditación ensucia nuestro interior.
Y a las personas que fluctúan entre dos modos contradictorios de comportamiento, el apóstol Santiago le llama personas de doble ánimo. Y a éstas les dice expresamente: que son “inconstantes en todos sus caminos” (Santiago 1:8).
Entonces los exhorta a que purifiquen sus corazones. Y este es el gran primer paso para comenzar a descubrir la belleza que está en nuestro interior.
Comenzamos a purificarnos cuando echamos a un lado la hipocresía y toda esa inmundicia (que es producto de valores falsos y erróneos) y comenzamos a comportarnos con honestidad y sinceridad. Y todo este proceso tiene que comenzar con nosotros mismos.
Tenemos que comenzar a ser honestos y sinceros con nosotros mismos. Y esto requiere que nos aceptemos como somos y comencemos a levantar nuestra autoestima.
Olvídate de lo que las personas puedan pensar o decir acerca de ti, ocúpate por aceptarte tal como eres. Comienza a amarte tal como eres. Y así comenzaras a amar al Cristo que vive en ti.
En las profundidades insondables de tu propio ser encontrarás ese esplendor aprisionado que eres tú. La luz que brilla en ti eternamente encerrada en la vanidad, en la superficialidad, en la hipocresía, en el egoísmo, y en la falta de amor propio y en la baja autoestima.     
Jesús conocía esto y por eso nos llamó a cada uno de nosotros “la luz del mundo” y nos exhortó a que dejáramos brillar nuestra propia luz. Y la luz es ‘hermosura radiante’ en sus diversas manifestaciones y tonalidades. ¿No es así?
Y todo aquel que permite que su propia luz brille expresa toda la hermosura que vive en su interior. ¡Somos seres de luz! En espíritu y en verdad somos ‘hermosura radiante’.
Descubre la belleza que hay en ti, cultivando la semilla del amor divino, amando cada día más a Dios y a tu prójimo como a ti mismo. Y una manera práctica de lograr esto es sirviendo a los demás.
Pero primero, reconoce que tu cuerpo es el templo del Dios viviente. A ese templo que es tu cuerpo, sírvele con reverencia, proporcionándole un mantenimiento sano y puro, sin abusos ni excesos; mediante una buena y sana alimentación ingiriendo los nutrientes básicos mediante una dieta balanceada para el buen sostenimiento físico del cuerpo. ¡Haz ejercicios!
Así mismo, sírvele a tu mente nutriéndola diariamente con pensamientos sanos y puros para mantenerla en armonía y paz. Diariamente pronuncia en voz alta afirmaciones positivas.
Procura armonizar, pensamientos, sentimientos, palabras y acciones por medio de la oración y meditación.
Pero no te quedes ahí, expande tu servicio viviente, sirviéndole a tu prójimo, procurando el bienestar y el progreso de los demás. Y recuerda las palabras de Jesús: “…porque el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir…” (Marcos 10:45)
Trabaja diligentemente para ayudar a los demás usando tus talentos y habilidades. Descubre el gran privilegio de dar.
Comienza activamente a enfocar toda tu mente no solo en la belleza interior que existe en ti sino también a ver la belleza en todas partes.
Saluda a cada persona que encuentres en tu camino con una sonrisa. Procura, aunque sea por unos instantes, hacer contacto de Cristo a Cristo por medio de una mirada amorosa y calurosa con cada persona que encuentres a tu paso.
Pronto verás que el Cristo en todo su esplendor devuelve tu saludo expresando Su propia belleza en el otro. Practica esto y verás que es una experiencia fascinante.
Observa los bebés, especialmente esos que apenas tienen uno o dos años; ¡cuanta belleza encontramos en esos rostros radiantes cuando están felices y contentos!
Cultiva el gusto por el arte, la pintura y la buena música. Busca en ellas la armonía y la perfección.
Mira al horizonte y admira la belleza de colores en un amanecer o atardecer.
Cultiva tu propia creatividad y verás la belleza surgir de las profundidades de tu ser.
Así mismo busca la felicidad dentro de ti y el gozo de ser quien eres. Solo así encontrarás armonía y paz. Comienza a cultivar entusiasmo por la vida que Dios te ha dado.
Y pronto te convertirás en un magneto viviente atrayendo a tu vida todo lo bueno, lo bello y hermoso. Atraerás a personas buenas, sinceras y honestas que desean compartir contigo gozosamente la belleza que hay dentro de cada uno de ellas.   
 Según el filósofo Krishnamurti, la belleza es existencia eterna, y esta es una cualidad que distingue a Dios y a Su Creación. En Dios encontramos toda la belleza que pueda existir.
Busca a Dios dentro de ti y encontrarás toda la belleza que pueda existir; y en la medida que reflejes todas las cualidades de Dios estarás reflejando una eterna belleza.
La ternura, la armonía, el amor y la paz son atributos de la belleza. Y así como la Presencia de Dios está en todas partes hay belleza en todas partes.
Y para apreciar la belleza nuestro ojo tiene que ser bueno, y si nuestro ojo es bueno todo nuestro cuerpo estará lleno de luz.  ¿Y qué es la luz? ¡Hermosura radiante! ¿Y de donde viene esa luz? De interior de cada uno de nosotros.
Entonces, descubre y libera ese esplendor aprisionado que vive en ti; libera la belleza que eres tú. Descubre la belleza que hay en ti.
¡Dios te bendice ahora y siempre!

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