Por Rev. Roberto Sánchez www.centrodecristianismopractico.com
”Quítense
de vosotros toda amargura, enojo, ira, gritería, maledicencia y toda malicia.
Antes sed bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros
como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.” Efesios 4:31
Hay muchas personas que están tan
envueltas en todo tipo de sentimientos de furia, de venganza y hasta de
violencia que se sienten incapaces de apaciguar esos sentimientos y mucho menos
de perdonarse a sí mismo. A tales personas le decíamos que
dentro de ellos está el poder para perdonarse a sí mismos, el Hijo del hombre,
el Cristo de Dios.
Hoy día escuchamos por todos los
medios noticiosos casos de feminicidios ocurriendo en todas partes. En el reino
de las causas, lo que motiva a ese hombre a matar a una mujer, ya sea, su
esposa, su concubina o su novia es un sentimiento de falta de perdón.
Su ego, su pequeño yo, se ha sentido
tal vez tan insultado o despreciado o agolpeado que la única escapatoria para
aliviar su condición ha sido la venganza.
He tomado este ejemplo, que es muy
relevante y de actualidad porque lo que surge de todas estas noticias es la
cantidad de hombres que están matando a mujeres. Y se coloca a la mujer como
víctima y al hombre como agresor.
De momento se ha desatado una lucha
entre géneros que es muy peligrosa porque tiende a separarnos en vez de unirnos
como una sola familia de Dios; que es hombre y mujer juntos viviendo, y
compartiendo en amor, unidad y verdad.
Detrás de toda esta vorágine de
feminicidios (palabra no encontrada en el diccionario) está la incapacidad de
perdonar al prójimo.
Todavía queda mucho por aprender del
Maestro Jesucristo, tal vez los hombres deberían comenzar a decir ‘Padre,
perdónala que no sabe lo que hace’.
Las madres, las esposas, tienen un
rol protagónico en la crianza, de los hombres, especialmente del género
masculino. De nuestras madres experimentamos el sentimiento y el poder del amor.
Se encargan de alimentarnos, proveer un hogar cómodo y seguro, y ofrecernos una
educación familiar en principios y valores.
Las esposas, son las administradoras
del hogar. Hoy día la mujer tiene que trabajar al igual que el hombre, y tanto
ella como su marido proveen para las necesidades del hogar.
El rol que desempeña la mujer en la
sociedad es cada vez mayor. La mujer sigue conquistando puestos de trabajo que
antes eran ocupados por hombres. Las mujeres se superan cada día más.
Pero ahora quiero volverles a
recordar algo muy importante: “«…
dice el Señor: Pondré mis leyes en sus corazones, y en sus mentes las escribiré» (Hebreos
10:16)
Y yo me pregunto ¿qué ha pasado
entre la relación hombre y mujer? ¿Qué está causando tantos feminicidios?
¿Quién o cómo comenzó la agresión? ¿Por qué?
Estas preguntas son para que
reflexionemos, meditemos y tomemos decisiones importantes en nuestra manera de
conducirnos ante los demás. Tratar de contestar estas preguntas aquí y ahora
está fuera del alcance de este mensaje.
Si Dios ha puesto sus leyes en
nuestros corazones, entonces tú y yo sabemos cuándo hemos actuado mal. Puedes
perdonarte a ti mismo y no volver a cometer la falta.
Pero y… ¿qué hay del que recibe tal
ofensa? ¿Qué vas a hacer con la ofensa que recibiste de tu madre, de tu esposa,
o de tu novia; de tu padre o de tu esposo o novio?
Tienes el poder para perdonar y
olvidar….
No caigas en ‘el gancho’ de aquellos
que dicen ‘yo perdono pero no olvido’. Tal vez nunca puedas olvidar el hecho,
pero puedes disolver en tu alma el impacto negativo que ese incidente causó en
ti. A esto nos referimos cuando decimos perdona y olvida…
Tienes el poder para perdonar y
olvidar… pero hasta que no liberes el poder que hay en ti no podrás perdonar.
Entonces la pregunta es: ¿Qué hay que hacer para liberar el poder de perdonar y
olvidar?
Tienes que desatar tu ego, tu pequeño ‘yo’, y
dar paso al amor que solo Cristo en ti puede expresar. Puedes afirmar con
seguridad: No soy yo sino el Cristo en mí
quien hace las obras. Cristo en ti y en mí es el que tiene el poder para
perdonar y olvidar.
Ese poder está mucho más allá de
nuestra humanidad, reside en las profundidades de nuestro ser; por eso tenemos
que soltar la personalidad y permitir que el Espíritu haga su trabajo en cada
uno de nosotros.
“Todo lo puedo en Cristo que me
fortalece”. (Filipenses 4:13)Estas palabras de Pablo dichas con humildad y
reverencia harán por cada uno de nosotros lo que ningún poder humano puede
hacer por nosotros.
Nos envolvemos en tanta materialidad,
en ‘tú me dijiste’, ‘yo te dije’, ‘tú me hiciste’, ‘yo te hice’, ‘no me gustó
eso que hiciste o dijiste’. Esto es vivir en la superficialidad de la vida.
Pero tenemos que aprender a aceptarnos tal y como somos y a aceptar a los demás
tal y como son.
Y hay algo muy importante que
debemos aprender: las cosas son como son, y lo que va a pasar, pasa. Y si en
toda esta dinámica de vida te sientes ofendido, porque las cosas no son como tú
quisieras que fueran, o no ocurren como tú quisieras que ocurrieran, entonces a
ti te digo perdona y olvida…
Es cierto que para muchos el
perdonar es un “juego de grandes ligas” porque hay mucho de nuestra parte
humana que está envuelto en ese proceso. De hecho toda nuestra persona está
envuelta en el proceso de perdonar y olvidar.
Cuando recibimos una ofensa toda
nuestra persona reacciona. Tal es así que los procesos vitales de nuestro
organismo se alteran. Las palpitaciones de nuestro corazón se aceleran, la
presión sanguínea sube, los jugos gástricos se excitan, etc., etc., etc.
Pero también nuestra alma reacciona,
y el ego se siente humillado, herido, despreciado. Podrías hasta pensar, “tanto
que he hecho por ti y ¿así me pagas?, pues ahora te vas a fastidiar, no cuentes
más conmigo.” Y así vamos llenando nuestra vida de reproches; comenzamos a
criticar, a censurar la conducta de otros y a llenarnos de amargura.
Nos convertimos en víctimas y le
echamos la culpa a otros por nuestra condición. Nuestras cargas emocionales nos
van insensibilizando haciéndonos perder el amor al prójimo y sobre todo el amor
a nosotros mismos, a esa parte divina que vive en cada uno de nosotros.
Muchos comienzan a abandonar su cuerpo y ser
indiferentes ellos mismos y con los demás.
Pero puedes comenzar a perdonar y a
olvidar… Puedes empezar a decir sí, donde antes decías no. Puedes empezar a
aceptar donde antes criticabas y censurabas.
Puedes comenzar a ver que no solo
cuenta tu opinión sino que hay muchas opiniones. Puedes comprender que no solo
hay una manera de hacer las cosas, que hay muchas maneras de hacer las cosas y
que cada una de ellas incluyendo la tuya tiene su mérito.
Puedes comenzar a aceptar sin
reprochar, y puedes comenzar a compartir sin tratar de dominar a los demás.
Puedes dejar que tu luz alumbre a los demás, viendo la luz que alumbra en los
demás.
Puedes comenzar a ‘ser’ mientras sigues existiendo día a
día. Y puedes permitir liberar tu esplendor aprisionado, sin ansiedades ni
miedo de que puedan aprovecharse de tu bondad.
Estas en el negocio de dar y si
estás en el negocio de dar entonces puedes perdonar y olvidar.
“Ponte de acuerdo con tu adversario,
entretanto estás con él en el camino, sea que… seas echado en la cárcel. De
cierto te digo que no saldrás de allí hasta que pagues el último cuadrante.”
(Mateo 5: 25,26)
Pero para pagar hasta el último
cuadrante tienes que estar dispuesto a perdonar y olvidar…
“Ponte de acuerdo con tu adversario,
entretanto estás con él en el camino”, y esto es ahora. Habla y presenta tu
caso, sé sincero, expresa tus sentimientos,
perdona y olvida….
Recuerda el dicho; no hay mal que por bien no
venga. Haz como Moisés que se mantuvo siempre como viendo al Invisible,
mantente viendo el bien y solo el bien.
Pero una vez más te lo recuerdo,
para esto tienes que perdonar y olvidar.
Dios te bendice si sabiendo estas
cosas las haces.
¡Amén!
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